Cuando Luis llegó a la ciudad del hombre sin sed, tembló. No era la vida que emanaban esas cortinas. No era la luz que desvanecía la pólvora. No era el tiempo que parecía arramblar con las transposiciones cálidas de los ventanales. No era tampoco la agonía creciente de su cama iridisciente.
Era él. Y tú. Y yo.
16/4/07
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