No se mueve, ni tampoco destruye vidas ajenas. Genera risas modificadas por litocardia mientras su cuerpo, aún inerte, denosta miradas estocadas en una sartén demasiado ligera. Y sin embargo, Danko sigue recogiendo pedazos de vida, cogiendo trozos de cielo con los codos. Tiene más tiempo del que puede necesitar, y se recupera tomando el sol con las ratas.
Son precisamente ellas, sus grandes migas, las que no confluyen en el eterno fluir del arcoiris. Pero Danko las adora.
11/5/07
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